jeudi 20 novembre 2025

PÍLDORAS DE MEMORIA PARA QUE NO GANE EL OLVIDO

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Crónica
Digital
Por Manuel Cantero Arancibia: Píldoras de Memoria para que no gane el olvido / A mi hija Javiera Mariana, quién me acompaña para recordar la historia y a mi hijo Renato, que algún día también conocerá de esta historia / Son miles los momentos que aparecen en mi mente, pero hay que escoger una historia, significativa para uno, no necesariamente para todos, historia marcada por la historia, valga la redundancia. Lo que hice hasta hoy está vinculado a mi nacimiento. A veces, en tono de broma, digo que tomé desde guagua leche roja. Mis padres, mi familia, mi entorno, marcó mi vida, y la seguí hasta ahora.

Por Manuel Cantero Arancibia Crónica Digital  20 noviembre, 2025

La diferencia en la actualidad no es mi ideología o pensamiento, es mi militancia o mejor dicho la falta de esta, por razones que se entienden cuando se explican. Mi padre, un viejo comunista, me entendió antes de fallecer.

Al final, veo que son muchas las historias y relataré algunas como pequeñas píldoras de memoria, sin un orden histórico, más bien un orden emocional. Me llamé Arístides, Ariel, Eduardo y Fernando, pero es lo menos importante. Fui un jotoso  desde los 14 años cuando vivía aun en Santiago y recibí mi carnet en una vieja casa ubicada en Avenida Matta. Luego en Valparaíso viví los mejores tiempos en la Jota, con el triunfo de la Unidad Popular y los tres años del Gobierno Popular. Allí también me pilló el Golpe de Estado que, como a la mayoría, cambió nuestras vidas para siempre.

El 10 de septiembre de 1973, en la noche llegué de Santiago y pensé quedarme en el local de la Jota. Al final, opté por quedarme en la casa de quien era mi polola de ese tiempo, para descansar bien, ya que al otro día tenía clase en la U . Esa decisión evitó caer preso el 11. En esas circunstancias comencé a hacer todo aquello que antes habíamos planificado con mis compañeros. Ese día, caminé por los cerros desde el cerro Alegre hasta Los Placeres, donde después de unas cuantas vicisitudes, encontré el refugio en que estaban los compañeros de mi equipo. Más de una semana esperando “los fierros” o instrucciones de qué hacer. Nada pasó y cada uno de nosotros fue saliendo a buscar su destino. De esos compañeros sólo con uno de ellos me encontré en una manifestación; del resto, nunca más supe.

Ahora relato algunas pequeñas vivencias que se desarrollaron después del golpe.

1.- Primeros meses de clandestinidad

Después que hablé con quién me dijo era la encargada de cuadros de la Jota de esos momentos, que puede haber sido a principios del 1974, aunque de la fecha exacta no me acuerdo, se me volvió a caer el mundo encima. Ya se me había caído con el golpe y luego con la aceptación de que no había fuerzas para revertir los hechos en lo inmediato. La encargada de cuadros me dijo que se había resuelto desvincularme de la actividad de la Jota, pues representaba un peligro para la organización, sin dejar claro de qué se trataba, ya que todos estábamos en esa situación.

Entonces pensé en mis vínculos familiares, puesto que mi padre, Manuel Cantero Prado, era diputado e integraba la Comisión Política del Partido Comunista. También pensé en el día que un conocido gritó mi apellido cerca de la guardia de la Intendencia mientras me dirigía a la estación de trenes. Ese día no se me olvida, iba a Quilpué, donde nos reuníamos con compañeros de la Jota de la UCV. Caminaba cerca de la Intendencia en el puerto. Ese grito lo sentí como una delación, una instigación para que me detuvieran. Luego, al tren subieron algunos milicos armados. Miraron como escudriñando a cada uno y luego siguieron. En un día, dos sustos era ya una buena cuota, más aún cuando el compañero de la Jota que se sentó a mi lado, al bajar en Quilpué me mostró un montón de panfletos que llevaba escondido. De haber sabido antes esto, el susto habría sido más grande.

Esa conversación con la encargada de cuadros, en un café del puerto, la recuerdo mucho, ya que significó para mí el cambio que marcó todo lo que vino después en mi actividad partidaria y, por ende, en mi vida personal.

Si no podía estudiar, porque de la Universidad me habían advertido que no pensara en pisar su puerta, ya que no llegaría más allá de ella. Si no podía trabajar, ya que nadie me lo iba a dar en esas circunstancias. Si no podía estar en casa con mi familia y si, además, no podía tener actividad en la Jota, ¿qué era lo que me quedaba?  En ese momento no pensé nada, sólo me alcanzó para que se me nublara el futuro.

No sé cuánto tiempo pasó, pero no debe haber sido mucho, cuando pude conversar con un alto dirigente del Partido que encontré por casualidad en la casa de un familiar que visité y que me hizo aterrizar un poco a la realidad. Creo que la mayoría pensábamos que las cosas podían cambiar más temprano que tarde y que en ese contexto sentíamos que debíamos hacer algo por el cambio y estar allí para verlo, pero el compañero me dijo: “Esto va para largo”.

Acompañado esto de un análisis que me pareció coherente, como todo lo que en ese tiempo sentíamos, venía como opinión desde arriba . Al mismo tiempo, tuve oportunidad de ver a mi padre que se encontraba escondido en una vieja casa del centro de Santiago. Allí me dijo, mientras no dejaba de pelar papas, que la dirección del Partido le había ordenado salir del país y que quería que mi hermana menor y yo saliéramos con él. Mi primera reacción fue decirle que no, pero al final, con todos los antecedentes que relato al principio, lo repensé.

Un día caminando y pensando por la Avenida Francia de Valparaíso, me dije: saldré solo si es para prepararme, para tener herramientas para enfrentar a los milicos y así decidí decirle que sí a mi padre.

SALÍ DEL PAÍS CON UN OBJETIVO, PREPARARME PARA VOLVER Y ENFRENTAR
A LA DICTADURA EN EL TERRENO DE LA FUERZA, Y PUEDO DECIR QUE LO CUMPLÍ.

2.- Fidel Castro

La primera vez que estuve cerca de Fidel fue en el llamado punto 0, lugar donde nos habían llamado para practicar con armamento pesado. Llegó a conversar con nosotros para indicarnos que necesitaba que participáramos en apoyo al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en el sur de Nicaragua.


En víspera de nuestra partida hacia Centroamérica llegó una tarde al mismo punto 0. Me llamó a su lado y subimos a su auto, atravesamos La Habana, yo al medio, a mi izquierda Fidel y a mi derecha Pascualito su ayudante en ese entonces. Entre ellos conversaban de cosas que se hablan sólo con gente de confianza, así me sentí. Llegamos a una casa donde estaban compañeros socialistas chilenos que también viajarían a Nicaragua, pero como yo iba a cargo del grupo, Fidel quiso transmitir su autoridad pasando su brazo sobre mi hombro y acercándose a los compañeros socialistas les dijo:  “Ustedes viajan en el siguiente grupo y el compañero va a cargo».


Luego salimos a otro lugar y nos encontramos con uruguayos y salvadoreños, y el mismo rito. Quería evitar conflictos o discusión sobre quién era el jefe.

Este fue uno más de los varios días en que estuvimos con Fidel, antes de viajar a apoyar a los sandinistas.


Ya de regreso de Nicaragua me encontré nuevamente con el comandante. En ese momento me encontraba con mi pequeña hija en brazos; él se acercó, le hizo un cariño a Javiera pasando su mano sobre su cabello y dijo: “Esta es una cubanita”. Nos sonreímos y contesté: “Sí, pero de padres chilenos, se llama Javiera por Javiera Carrera, y Mariana por Mariana Grajales” (considerada madre de la patria cubana).

3.- Una oscura noche

Llegamos de noche, como a las 12. Bajamos del camión que había partido desde Liberia, una zona de Costa Rica, cercana a la frontera con Nicaragua, luego de un viaje en un viejo y frágil avión de la fuerza aérea de Panamá. Nada se veía, la humedad se sentía al oler. Alguien nos dijo: “Por aquí… por aquí”… Con el pie íbamos tanteando hasta que llegamos a algo que al tacto de mis pies sentí parecido a cemento. “Aquí tírense y duerman, mañana será otro día”.

No sé si esto último lo dijo alguien, pero es la frase clásica antes de acostarse y que hoy me parece haber escuchado en ese entonces. La oscuridad era total, no nos podíamos ver ni las manos. Era una tortura para uno que es bueno para orinar, más con esa humedad y algo de frío. En medio de la noche, me levanté, fui con el pie tanteando que no hubiese nadie acostado que pudiera pisar y cuando creo tener certeza que salí del radio del grupo de personas dormidas, me desahogué de la presión en la vejiga. ¡Qué rico!, pero ahora volver y nuevamente buscar un espacio donde dormir.

Ya estábamos en Nicaragua. Fue mi primera noche en el Frente Sur Benjamín Zeledón del FSLN. Después de todo contentos. Veníamos a pelear por lo que creíamos y si había que morir, así sería. El idealismo puro, o el puro idealismo, nos movía al sacrificio.


¡No fue poca cosa, cuando unos días antes Fidel nos dio directamente la orden, cantamos y gritamos, una emoción fuerte nos dio fuerza! Esa noche, cuando nos enteramos que iríamos a la guerra a Nicaragua, no dormimos. Conversamos toda la noche en un estado de agitación extraordinaria. Hoy, a lo lejos del tiempo, con más pausa y madurez, uno piensa en cómo los ideales de juventud te llevan a momentos de felicidad, si sabes que puedes ir a morir por lo que crees. No se piensa, se actúa. Tal vez hoy con más de 60, también iría, pero lo pensaría más, los hijos, los nietos, el sacrificio de los mejores. Para que después dirijan los que se quedaron en la casa; es decir, se toma en cuenta la experiencia vivida.

Después de esa noche oscura y húmeda, al comenzar a amanecer, nos comíamos con los ojos nuestro entorno. Ya estábamos donde había que estar y entonces: “¡Compita!”. Una voz con acento centroamericano: “Deben cambiarse de ropa, aquí hay un montón, elijan y dejen esa ropa que no sirve para esto”. Esa ropa que no servía para esto, era mi ropa de civil que me acompañó desde la Isla. Había que dejarla allí botada. En verdad era un montón de ropa y algunas botas; elegí una especie de casaca que en el pecho tenía una cinta negra y roja, el color de la bandera del FSLN. Me gustó y me la puse. “¡Compita!”, escuché de nuevo: “No se ponga nada que tenga esa franja, los francotiradores chigüines es a los primero que le disparan, creen que son comandantes”. Sí, en ese momento supe que estaba en la guerra. Había que hacer caso al anfitrión, me cambié rápidamente, había que pasar desapercibido.

Nota: Chigüines les llamaban a los soldados del ejército de Somoza, dirigidos directamente por su hijo al que denominaban el Chigüin.

EDGARDO LAGOS, "EL PAYO"

4.- Recordado Edgardo Lagos, el Payo

Al Payo lo conocí en Cuba, estuvimos en la misma escuela e hicimos buenas migas. Era alto, delgado, con pinta y estilo de gentleman. Más me gustó cuando supe que era pareja de la flaca Elba, a la que había encontrado sorpresivamente en la calle a pocos días de llegar a La Habana, de lo cual me acuerdo muy bien. Tengo en mi memoria cuando me dijo con un tono y una postura de una nativa cubana: “¡Oye, chico; pero que tú haces por aquí!”.

Me llamó la atención su nuevo acento, era simpático. A la flaca Elba la conocí en Valparaíso en sus años de lola con su vestido de liceana como militante de la Jota. Bien me acordaba de ella, tenía buenos recuerdos de esos tiempos. Llegó a Cuba un tiempo antes que yo a estudiar Medicina, y en eso estaba. Si Payo andaba con la flaca, lo sentía más cercano.

Nos fuimos juntos a Nicaragua y estuvimos cerca en la zona de combate. Un día, cuando intentábamos recuperar una loma, que había sido tomada por los chigüines, alguien me grita. “¡Arístides!”, que era el nombre con el que los cubanos me habían identificado en Nicaragua. “El Payo está herido, lo alcanzó una bomba del avión”. Corrí con desesperación, con angustia y llegué a su lado. Le tomé su mano y me dijo: “¡Me cagaron, no siento las piernas!”.

Una esquirla de una bomba lanzada desde un avión se le había incrustado en la columna. No me percaté de otras heridas pero tal vez las tuvo. Saquémoslo de aquí, grité, y entre varios los subimos a un vehículo acompañado de una doctora chilena, que según luego nos contó lo dejó en manos de los sandinistas que lo llevaron hacía San José de Costa Rica, para una mejor atención.

La guerra siguió, y nada sabíamos de Payo, nadie parecía tener noticias. Llegó el día del triunfo, ese inolvidable 19 de julio de 1979, y en caravana la emprendimos hacia Managua. Mientras la caravana de guerrilleros avanzaba la gente de los pueblos salía a saludarnos. Había mucha alegría en la gente, eran miles los que saludaban.

CONTINGENTE INTERNACIONALISTA EN NICARAGUA

Después de largas horas, llegamos a Managua. El ejército de Somoza literalmente se esfumó, no hubo resistencia y no se encontraba ningún militar de ese ejército en ninguna parte. Como es natural, había cierto caos, nadie sabía qué hacer, donde se iba a dormir, donde comer, que era lo más complicado ya que nuestras provisiones se habían prácticamente acabado. Con Juanita, una combatiente nicaragüense, me atreví a explorar en búsqueda de comida. Llegamos a una población donde, según después supe, vivían los oficiales de Somoza. Ni un alma. Entramos a una casa y estaba intacta, con todos los enseres de una casa y con el orden normal de una casa habitación pero deshabitada. Buscamos comida, vimos el refrigerador y había algo pero por las dudas nada comimos de allí. Buscábamos latas y no comida fresca. En la cocina, listo para comenzar a preparar un pescado fresco aún. A mi cabeza vinieron imágenes de lo que pudo haber pasado. La señora del militar se preparaba a hacer la comida y alguien avisó: “¡Somoza huyó, hay que salir arrancando!”, y con lo puesto se fueron. La verdad es difícil de describir las sensaciones, los sentimientos, las emociones que vivimos esos días.

A los pocos días ya teníamos donde llegar, el grupo de chilenos se instaló en una tremenda y bella casa que, por sus características, debe haber sido de algún mandamás del régimen derrocado. Desde allí comenzaron las primeras destinaciones, las doctoras al hospital, el resto a apoyar en la creación del nuevo Estado, a mí me mandaron a trabajar como asesor del Jefe Político del Estado Mayor del nuevo ejército que comenzaba a conformarse.

A la semana de la victoria, mientras estábamos ocupados en apoyar la construcción del ejército regular, a la casa en que estábamos todos los chilenos, llegó Isabel, hija de Salvador Allende. Se reunió con nosotros. Lo primero que nos dijo es que venía de Costa Rica y traía una mala noticia, que nuestro compañero y amigo Payo había muerto. Lloré y me lamenté haberlo dejado sólo. Uno de nosotros tendría que haber ido con él hasta San José, había varias doctoras chilenas con nosotros y una pudo haber ido, pero nadie pensó en este desenlace y tampoco nadie quería dejar su puesto de combate. Payo se agregaba a la lista. Days Huerta había caído también en combate en el Frente Sur poco antes que Payo saliera herido. Uno piensa ante estas cosas: ¿qué hubiera sido de la vida de Payo si es que no muere en esa historia?

5.-  Clandestinidad y familia

Lo más difícil de la clandestinidad son los momentos en que se está sólo y la familia nada sabe de uno, y uno tampoco de ella. Pero hay momentos más duros, como subir a una micro en Avenida Matta con Vicuña Mackenna y encontrarme con mi madre sentada en ella y no poder saludarla. Una mirada cómplice y fue todo. Mi madre era dura en esas lides. En su vida pasó por muchas experiencias junto a mi padre. Yo sabía que ella veía a mi padre, que  Cantero reingresó al país de manera clandestina en los primeros meses del año 1978. Había que cuidarlo más a él que a mí.

Después de ese encuentro, quedé con mi corazón un poco apretado. Pero había que seguir, nuestro objetivo era derrotar la dictadura. Sin embargo, lo más difícil fue otro episodio.

ARCHIVO FOTOGRÁFICO FAMILIAR

No podía ver a mi hija de unos cuatro años en entonces y a través de mensajeros le pedía a su madre que la llevara al Parque Forestal. Ella llegaba puntual a unos juegos para niños, la subía al columpio y comenzaban a mecerla. Yo de lejos la miraba unos minutos y me iba. Un día le saqué una foto que conservo hasta hoy.


Cada vez que cuento este momento se me hace un nudo en la garganta y se me caen las lágrimas. Hace un tiempo, para mi cumpleaños mi hija llegó con una especie de block en blanco y con una copia de la foto pegada y me dijo: “Para que escribas tus historias papá”.

6.- Otros momentos de clandestinidad

Cuando ingresé clandestino a Chile en los 80, llegué a vivir a una casa que daba pensión. Era una familia dónde sólo la hija universitaria, que era de la Jota, sabía en que andaba. Su madre me recibió bien y me preguntó que hacía. Tenía preparada la historia, y le respondí. “Vengo de La Serena  a perfeccionarme en Matemáticas ya que soy profesor en esa materia”. Ella se alegró y me dijo: “Qué bueno, aquí hay un estudiante universitario pensionado y tiene problemas con las matemáticas así que le diré que le pida ayuda”.

La verdad que para las matemáticas no soy malo, pero no al nivel de estar enseñando a un estudiante universitario, así que tuve que ser pesado con este estudiante y decirle que no tenía tiempo. No fue grato ese momento.

Al tiempo después, cuando me encontraba viviendo en otro lugar, me enteré que a esa misma casa y a la misma habitación había llegado Julián Peña Maltés, fue su último lugar de residencia, antes de que lo detuvieran. Hoy se sabe que fue arrojado al mar desde un helicóptero.

JULIAN PEÑA MALTÉS

Con Peña Maltés no sólo nos une haber alojado en el mismo lugar aunque en distintos momentos, y haber compartido en Cuba, sino que también el haber estado con él un poco antes de su detención. Tal vez fue el último que lo vi antes de caer en manos de sus asesinos. Después de la fracción del FPMR, quedé con la tarea de reconstruir la estructura y evitar una desbandada de combatientes. En ese afán me junté con Peña Maltés, cerca de Avenida Matta. Caminamos conversado cuando sentimos algo extraño que nos puso alerta. Entonces decidimos separarnos e ir cada uno por su lado. Por horas recorrí Santiago, haciendo todo para cortar cualquier seguimiento, para así llegar limpio al lugar donde habitaba. Claro que no era primera vez que sentí de cerca a los CNI, pero esa sensación de ser perseguido se repitió. Era una mezcla rara de temor, instinto de supervivencia, fragilidad y a la vez, pensar en no caer vivo, que era la disposición de muchos de nosotros en la primera línea.

A los años después, leyendo el expediente del caso de este compañero reviví las emociones al leer la transcripción de una grabación de los chanchos  donde literalmente van relatando el seguimiento a Peña Maltés: “Cegatón va por esa calle, se juntó con otro”… Cegatón era Peña y el otro era yo. Me recorrió un escalofrío por el cuerpo. Pude haber sido uno más de los desaparecidos.

Más cerca de los noventa la cosa se relajó un poco y así pude juntarme con mi padre, con mi madre y también con mi hija. Difícil es para muchos entender lo que se vivió y espero que nunca lo entiendan porque para eso hay que vivirlo.

7.- Argentino por un tiempo

Una de mis experiencias más anecdóticas se dio cuando ingresé por primera vez a territorio chileno como ciudadano argentino. Había que creerse el cuento, hablar como argentino, tener una pose de tal y tener un relato coherente con los compañeros de viaje, muchos de ellos argentinos que podían percatarse con más facilidad de mi actuación. “Aquí voy yo, Ché, me llamo Eduardo Vega, vivo en Buenos Aires y vengo de turista”, aquí está mi carnet y si es necesario mi pasaporte. Es fácil decirlo o contarlo, pero igual hubo un poco de escalofrío al pasar mis documentos en la aduana chilena, luego llegar al hotel y salir a buscar el vínculo.

Al final todo salió bien, a los días volví a Buenos Aires. Después vino una segunda vez, y así unas cuantas más hasta que este argentino se quedó definitivamente en Chile y siguió en su lucha contra la dictadura. Al final ese argentino entró a Chile y nunca más salió. Queda como recuerdo ese viejo carnet y el pasaporte que heredará mi querida hija.

8.- Libertad

Me di cuenta que el jefe de la Comisión Militar del PC, de la cual también fui parte, recibía unos papelitos arrugados; como bolitas hechas de papel de cuaderno, entonces el comentó y dijo algo así, como que: “Son mensajes del interior de la cárcel”. Pedían ayuda para una fuga. “¡Que están locos!”. Me interesó y le pedí los mensajes y me ofrecí a ayudarlos; no me dijo que sí, pero tampoco que no, y me pasó los papelitos. Me sentí autorizado, aunque no fui nunca apoyado, fue casi como una acción personal.

Los compañeros presos en la cárcel, pedían ayuda logística para continuar con el túnel que habían comenzado. Busqué apoyo en compañeros que conocía y comenzamos a proveerlos de diversas cosas. Para entrarlas había que emplear el ingenio. Al tiempo recibo un mensaje. “Vamos a perforar hacia la calle un agujero y tirar tinta con una jeringa para saber hasta donde hemos avanzado con el túnel”. Camino el día indicado frente a la cárcel por el lado de la Estación Mapocho y veo una mancha de tinta. Que emoción, faltaban unos tres metros para superar la calle y llegar a un lugar donde se podía perforar para la salida. Antes nos habíamos conseguido planos del Metro para saber si el túnel podía pasar sobre este.

PORTADA DEL DIARIO "LA TERCERA"
 DEL MIÉRCOLES 31 DE ENERO 1990

El día decisivo teníamos todo preparado. Era el martes 30 de enero de 1990. La micro ubicada a pocas cuadras. El chofer no tenía idea de lo que haría. Por Rozas, luego de doblar por Avenida Brasil, en cada esquina un par de compañeros esperando con un vehículo y una indicación de un lugar donde llevar a los fugados. Nos comunicábamos por celular, los primeros que llegaron, unos verdaderos ladrillos que se arrendaban por periodos.

Como a las 22:30 recibo la señal, comenzó la operación, hay que mover la micro. Esta bajó por la Norte Sur y se ubicó al lado de una valla que hay entre el Mapocho y el paso sobre nivel. Fue emocionante ver cómo de a uno por uno comenzaron a saltar la valla y subir a la micro. Sus caras eran un contraste entre alegría, fervor y temor. Con todos sobre la micro les indiqué que: “En cada cuadra bajarán de a dos y serán llevados a una casa de seguridad”. Más allá de detalles propios de una situación compleja, todo salió bien. Cada compañero llegó a su destino y fueron libres.

Fue una hazaña, un trabajo paciente e ingenioso de los compañeros presos, y apoyo externo decisivo para finalizar con éxito. Tengo el orgullo de haber contribuido con parte de esta historia. Cuando vi el reportaje a los fugados en TV me dio orgullo cuando uno de ellos dice: “A nadie de nosotros se no paso por la mente que íbamos a ser recogidos por una micro y todos juntos. Fue genial”.

Después de ese episodio decidí comenzar una vida normal, lo que ha sido muy difícil, a veces porque uno ya no puede ser normal con tantas historias poco comunes arriba. Soy en cierta medida un sobreviviente, de un grupo de compañeros que hicimos una trayectoria en común. Queda el recuerdo de mis amigos y compañeros de lucha a quienes dedico estas letras:

Edgardo Lagos, caído en combate en Nicaragua;

Days Huerta, caído también en combate en Nicaragua;

Raúl Pellegrin, caído en Los Queñes;

Roberto Nordenlfycht, caído en el aeródromo de Tobalaba;

Moisés Marilao, asesinado en una comisaría en el sur del país;

Juan Waldemar Henríquez Araya, que cayó combatiendo en la operación Albania;

Julián Peña Maltés, detenido desaparecido en Santiago,

…y mi prima Clarita desaparecida a la fecha y mi tío Eduardo. Todos caídos en la lucha por un Chile mejor.


Por Manuel Bernardo Cantero Arancibia.

Santiago, 20 de noviembre de 2025.


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