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GUSTAVO PETRO Y NICOLAS MADURO
FOTO LEONARDO FERNÁNDEZ VILORIA
LOGO RADIO RED La agenda injerencista en Venezuela / En estos dos años y medio, el progresismo ha comprobado que debe gobernar con sus bases, que negociar sus ideales en pro de la ampliación del margen de maniobra es demasiado costoso. [Washington intensifica sus complots para cambiar el régimen venezolano]
MAURICIO JARAMILLO JASSIR |
La posesión de Nicolás Maduro llega en un momento tan esencial como crítico para el gobierno de Petro en Colombia. Desde la elección presidencial del pasado 28 de julio en la que tanto el oficialismo como la oposición se apresuraron para cantar victoria, las autoridades colombianas confiaron en que, como en otras elecciones, las autoridades del Consejo Nacional Electoral publicasen las actas que fueron durante todo este semestre la manzana de la discordia. Por eso, el gobierno colombiano no se salió de la postura de exigir su publicación como condición para reconocer un nuevo mandato del PSUV. Entre tanto, y como es costumbre en Colombia, la coyuntura venezolana se convirtió en asunto de interés nacional y de debate interno con una derecha intransigente y con memoria corta.
«LA AGENDA INJERENCISTA EN VENEZUELA» GABRIEL BORIC Y NICOLÁS MADURO FOTOMONTAJE «EL PAÍS» |
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Uno de los peores efectos de la parálisis venezolana ha sido la desvalorización del diálogo
La presión para que Colombia no asista de ninguna forma el próximo 10 de enero a la posesión de Maduro, también pasa porque varios consideran que se debe seguir el ejemplo de Gabriel Boric quien de manera abierta ha salido a criticar y desconocer el resultado del pasado 28 de julio (como ya lo había hecho respecto de la última elección nicaragüense en 2021). En el caso del líder chileno, el endurecimiento de su postura le ha valido algunos puntos de popularidad que hoy son claves con miras al proceso electoral de este año. Sin embargo, tal lógica no es extrapolable para el caso colombiano por varios motivos. Comenzar por el más obvio, la frontera. Colombia es el país más vulnerable respecto de la situación, sí o sí, debe cooperar para mantener los derechos de los migrantes seriamente amenazados por una situación de seguridad precaria y unas dinámicas globales que tienden a empeorar con las propuestas para abordar el tema como un asunto de seguridad nacional y que llueven desde Estados Unidos y Panamá. Pero no sólo se trata de la gobernanza migratoria, sino del mismo proceso venezolano y de los chances de que pueda superar la crisis política y hasta cierto punto la delicada situación económica. Colombia junto a México son tal vez los únicos países de la zona que tienen algún grado de interlocución con el gobierno y la oposición para retomar un espacio de diálogo con miras a una transición política. Uno de los peores efectos de la parálisis venezolana ha sido la desvalorización del diálogo y la forma como no pocos sectores en América Latina (incluso algunos que se reivindican como progresistas) han contemplado la injerencia como salida. La historia de América Latina está plagada de intervenciones militares y bloqueos que en nada en contribuido.
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Venezuela ha sido la tentación y excusa perfecta para que la derecha reviva los golpes de Estado como mecanismo para contrarrestar a las izquierdas
Pero no sólo se trata de una cuestión de eficacia para construir una salida sino de mantener la tradición de irrestricto apego al derecho internacional y al multilateralismo. Basta recordar los años de la corta hegemonía de gobiernos conservadores en años pasado tras el primer ciclo de gobiernos progresistas. Macri, Santos (y luego Duque), Áñez, Moreno, Piñera y Kuczynski se dedicaron a desmontar los espacios regionales que habían servido para el diálogo político. Desvalijaron la Unión de Naciones Suramericanas, clave para mantener una conversación entre opositores y gobierno en Venezuela. La última elección con plenas garantías y aceptación de resultados ocurrió en la legislativa del 6 de diciembre de 2015 (que, de hecho, ganó largamente la oposición) gracias a la facilitaciones y buenos oficios de la UNASUR. Varios de esos gobiernos conservadores congelaron las actividades de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), Bolsonaro en el colmo del delirio decidió el retiro de Brasil, algo insólito y sin antecedentes. Duque en otro hecho inédito apoyó de manera expresa un intento de golpe de Estado e invitó a los militares venezolanos a la insurrección. No hay registros en América Latina, no al menos en la contemporaneidad, de un presidente que exhorte a los militares de un vecino a tomar las armas para derrocar a un presidente.
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Venezuela ha sido la tentación y excusa perfecta para que la derecha reviva los golpes de Estado (esta vez bajo la figura de los golpes blando y la guerra jurídica o lawfare) como mecanismo para contrarrestar a las izquierdas.
La decisión de Petro de enviar a su embajador Milton Rengifo debe leerse no sólo como una señal de pragmatismo, sino de coherencia con el principio de la no injerencia en la que tanto se ha insistido y cuyo sacrificio le costó tanto al país en los últimos años. Esto es sobre todo cierto en los de Iván Duque cuando se aplicó el “cerco diplomático” sobre Venezuela con resultados nefastos, se retrasó toda salida política, Bogotá le pidió a Estados Unidos más sanciones sobre su vecino, un gesto de arrodillamiento frente al norte que tampoco tiene antecedentes y los migrantes a ambos lados de la frontera terminaron asumiendo las consecuencias por no tener consultados ni embajadas. Duque suele reivindicar la gestión migratoria como uno de sus supuestos legados. En ese cálculo ¿dónde queda el cierre de embajadas y consulados que afectó a los migrantes más vulnerables? Incluso el propio santismo se mostró en contra de semejante medida.
Colombia no ha enviado y seguramente no enviará ninguna señal de simpatía hace este nuevo mandato que será de difícil y compleja gestión en Venezuela. Ahora bien, se debe entender que tiene el deber de mantener un equilibrio entre el vínculo con un vecino más allá de afinidades o desencuentros ideológicos, al tiempo que se preserva un doble rol: el de Venezuela en el diálogo de paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el de Colombia para un acercamiento entre la oposición y el oficialismo venezolanos.
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Comentario aparte merecen las apreciaciones de Luis Gilberto Murillo, ministro de relaciones exteriores, quien públicamente discrepa de hacer presencia el 10 de enero, pero quien acepta la decisión que tome el gobierno. Se trata de una movida que se explica por su origen en el santismo y sus estimaciones sobre una eventual candidatura presidencial que hablan de su salida inminente del gabinete (marzo a mas tardar). Esto último comprueba que no siempre ha salido bien el intento de la izquierda por gobernar en alianza con el centro. En estos dos años y medio, el progresismo ha comprobado que debe gobernar con sus bases, que negociar sus ideales en pro de la ampliación del margen de maniobra es demasiado costoso y que el centro en Colombia siempre se decantará por cualquier versión de la derecha que por las más moderada de las izquierdas.
Etiquetas: Colombia Venezuela Nicolás Maduro Gustavo Petro CNE
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