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La discusión por democratizar los medios de comunicación masivos infunde en las elites un terror quizás más inconfesable que el que provocó estallido social de 2019: el miedo a compartir el derecho a la palabra.
LOS MIEDOS DE LOS MEDIOS
Marcos Ortiz F., director de Ojo del Medio (@ojodelmedio)
FOTO CIPER |
Para entender cómo se comportan las derechas de América Latina, sostiene el académico irlandés Barry Cannon, resulta fundamental abordar la idea del miedo. Esta idea es refrendada por los chilenos Gabriel Salazar y Julio Pinto, quienes explican que cuando el statu quo es amenazado, estas elites conservadoras recurren a parcelas de poder político, intelectual y social enraizadas en otras instituciones. “Entre ellas, habría que mencionar como principales a los medios de comunicación, los poderes del Estado y los ‘poderes fácticos’ de las elites patronales, mercantiles y empresariales”, aseguran los historiadores.
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FOTO JUAN PABLO SIERRA |
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de miedo? ¿Cómo se ve reflejado este pavor al cambio que parece caracterizar a estos grupos de poder? Pocas semanas después del estallido social de 2019, el gerente general de Copesa Andrés Benítez señaló en una entrevista a Diario Financiero que le sorprendió lo que vio en la elite del país. “Yo la vi en un comienzo excesivamente asustada. Por su integridad física, casi que le podía pasar algo a su vida o a sus cosas porque iba a venir una turba detrás de ellos”.
Benítez aludía únicamente a una faceta del miedo –esa que se relaciona con el temor a sufrir algún tipo de golpiza– pero obviaba lo que los autores previamente citados consideraban fundamental: el miedo a perder los privilegios de los que se han beneficiado por décadas, a dejar de tener la última palabra en todo. Benítez criticaba, de pasada, los pedidos de perdón masivos del empresariado. “Me parece que fue un poco entreguista esta idea de que casi le habíamos hecho daño a mucha gente”, agregó.
Estudiar las elites de derecha chilenas es una aproximación útil y necesaria si lo que se busca es entender lo que pasa por las mentes de los dueños de los principales medios de comunicación tradicionales del país. Se trata, finalmente, de los mismos apellidos, los mismos intereses y, en algunos casos, incluso de las mismas personas.
Y si bien el caso chileno tiene algunos elementos que lo hacen único, en rasgos generales es posible extrapolar buena parte de sus características a lo que sucede en el resto del continente. En palabras de Sallie Hughes y Paola Prado, “los dueños de los medios dominantes de América Latina son parte de elites económicas más amplias que se han beneficiado del statu quo de la desigualdad y tienden a compartir una visión del mundo que normaliza el estado actual de las relaciones sociales”.
Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de desigualdad? Se trata de relaciones desiguales en términos económicos, pero también de la desigualdad que existe a la hora de controlar medios de comunicación masiva. Hay quienes podrán argumentar que ambos tipos de desigualdades vienen de la mano: se necesita de mucho dinero para controlar grandes medios de comunicación y a la vez se necesita contar con estos medios de comunicación para legitimar en parte las profundas diferencias económicas. Y si bien lograr emparejar la cancha en términos de capital resulta ser un desafío que podría tardar décadas y hasta siglos, no parece tan aventurado suponer que en el plano mediático las profundas desigualdades podrían aliviarse en plazos más razonables.
«REPORTAJE» / «EL MERCURIO» DOMINGO 13 NOV 2022 1/2 |
¿Apuntan hacia allá las políticas impulsadas por el gobierno de Gabriel Boric a través de las mesas de trabajo que organiza la Segegob? Resulta muy prematuro aventurarse a dar una respuesta taxativa, pero todo indica que ese es el norte. Como explicaba hace un par de semanas la ministra Camila Vallejo en una bullada entrevista en El Mercurio, “entiendo las aprensiones que hay, pero no hay que dejarse limitar por los miedos. Hay que atreverse a discutir estos temas, porque tienen que ver con nuestra democracia. En la medida en que más actores participen, más se fortalece el rol social de los medios de comunicación”. Vallejo aludía al miedo, pero no a ese único miedo que se atrevía a admitir Andrés Benítez, sino que a ese otro miedo más inconfesable que significa tener que compartir el derecho a la palabra.
«REPORTAJE» / «EL MERCURIO» DOMINGO 13 NOV 2022 2/2 |
Una vez más conviene levantar la cabeza para recordar qué ha ocurrido en otros países latinoamericanos cuando gobiernos de izquierda han insinuado la idea de equiparar la cancha mediática. En los contados casos en que el Estado ha intentado ejercer algún tipo de regulación los medios tradicionales han actuado con abierta hostilidad, sostiene Elizabeth Fox. En Argentina, los esfuerzos para ampliar el rango de voces presentes en el debate democrático significaron afectar los intereses de algunos de los grupos mediáticos más poderosos del país. Pero como sostiene el británico Robbie Macrory, quien analizó a fondo la realidad trasandina, “quienes participan en los medios comerciales deben ser capaces de distinguir entre las críticas válidas a la ética y las prácticas actuales de los medios y los ataques a la libertad de expresión”.
Es esa misma distinción la que por estos días debe hacer el sistema de medios chilenos. Así como luchar contra la desinformación no significa per se limitar la libertad de expresión, discutir la excesiva concentración de los medios en el país no equivale necesariamente a que el Estado se convierta en el principal difusor de contenidos. Existen riesgos, por cierto, y es labor de todos los actores de la sociedad estar alertas. Pero lo anterior no significa que por temor a que algo así ocurra nos debemos cerrar a cualquier tipo de discusión. Negarse a hacerlo demostraría que lo que prima en el debate es el miedo de unos pocos a compartir sus privilegios con los muchos.
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