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LA ESTATUA DE AUGUSTO PINOCHET
50 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO EN CHILE/ Augusto Pinochet en bronce: la historia oculta de la estatua del dictador/ Antes de dejar La Moneda en marzo de 1990, el general proyectó un monumento con su figura en un espacio público de Santiago. Obra del escultor Galvarino Ponce, la escultura de tres metros se fundió en París y viajó a Chile, pero no llegó a instalarse: está escondida
FOTOGRAFÍAS DE UN BUSTO Y LA ESTATUA DE AUGUSTO PINOCHET DISEÑADAS POR EL ESCULTOR GALVARINO PONCE. FOTO ROCÍO MONTES |
Augusto Pinochet, poco antes de dejar La Moneda en marzo de 1990, tras 17 años de dictadura militar, tuvo un proyecto monumental: una gran estatua con su figura que legaría a la posteridad.
La historia comenzó a finales de los ochenta, cuando el Ejército contactó al escultor Galvarino Ponce, uno de los grandes genios chilenos del retrato escultórico.
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El escultor: realista, pero no monárquico
Nacido en 1921 –era seis años menor que Pinochet–, Ponce fue un artista con una biografía curiosa y con un talento excepcional. Con solo mirar fotografías u observar directamente a un hombre o una mujer por instantes, en apenas algunas horas hacía lo que otros artistas se tardaban días o semanas: cabezas con un parecido impresionante a los retratados. Se dice que utilizaba la técnica de los rusos para modelar: con pelotitas de greda. Que primero trabajaba el perfil, el frente y luego el volumen. Era talentoso y, a la vez, rápido y prolífico. Sus obras están por todo Chile, en espacios públicos y privados, como pocos de sus compañeros artistas.
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Teté –así lo conocían los familiares y amigos– comenzó a esculpir antes de cumplir los 20. Pero antes de dedicarse de lleno a la escultura llevó uniforme. Con tíos y parientes ligados al Ejército, tenía unos 14 o 15 años cuando ingresó a la Escuela Militar en Santiago.
Allí fue un alumno lúcido, brillante, destacado, artista: bastante peculiar. Siendo cadete en la escuela fundó la revista satírica El tiburón, donde explotó su lado de periodista. Escribía crónicas y dibujaba caricaturas de compañeros y profesores. Ponce se las ingeniaba hasta para imprimir la publicación que, por orden de las autoridades, era supervisada y dirigida por un teniente artillero: Carlos Prats, un militar intelectual, levemente mayor, que vigilaba el trabajo del equipo de El tiburón. Fue el origen de la profunda amistad entre Ponce y Prats, comandante en jefe del Ejército durante el Gobierno de Salvador Allende (1970-1973). Cuando la dictadura de Pinochet lo asesinó en Buenos Aires en 1974 junto a su esposa, Ponce se sintió apenado por su muerte. Lo consideraba un brillante oficial, muy distinguido, un buen amigo.
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Era de la generación de oficiales de 1940 y al egresar comenzó a trabajar en la Escuela de Infantería de San Bernardo, en la zona sur de Santiago, donde había pasado buena parte de su infancia y adolescencia. Sin dejar la carrera militar, Ponce comenzó a ejercer de escultor y gracias al boca a boca empezó a recibir sus primeros encargos. No fue sino hasta los años cincuenta, sin embargo, cuando tomó la decisión de dedicarse al arte y se le puso entre ceja y ceja viajar a Italia a estudiar. Lo logró a través del mismo Ejército, que lo envió becado a la Escuela de Infantería de Torino. Cuando regresó a Chile con 32 años, el arte se había metido en sus venas y él no se veía retomando las armas. Pese a la oposición de su esposa Chita, decidió entonces darle un giro a su vida y abandonó el Ejército. Pensaba que había sido bueno y distinguido como oficial y quería llegar a ser un buen civil. “Los militares tenemos la cabezota muy distinta a los civiles y para ser buen civil hay que aprender. Y para aprender a ser buen civil es necesario relacionarse con los civiles”, diría mucho después.
Tejió redes entre los radicales y los masones. Llegó a ser candidato a diputado por el Partido Radical en San Bernardo y a participar de la logia de connotados políticos de la época. De las entrañas del poder militar –fue compañero de muchos de los que mandaron en el Ejército alguna vez–, Ponce pasó a circular entre el poder político y en la década del cincuenta realizó decenas de esculturas en distintos tamaños y materiales: de figuras universales como Homero a intelectuales y próceres chilenos de todas las épocas. El Ejército –que seguía siendo su mundo de origen– le hizo muchísimos encargos.
Pero probablemente una de las obras de mayor importancia, por sus dimensiones y trascendencia, fue el monumento al Abrazo de Maipú instalado ahora en la plaza del templo votivo en ese municipio, en el poniente de la capital chilena, que ganó por concurso público (mandó cuatro proyectos con distintos seudónimos). Es un monumento ecuestre que representa a los generales San Martín y O’Higgins montados en caballos que alzan su parte anterior como iniciando un salto al infinito. La terminó de modelar en 1961 y le permitió ganar notoriedad como artista. Fue lo que posibilitó que el Gobierno de Jorge Alessandri (1958-1964), gracias a las gestiones de sus amigos radicales, lo designara agregado cultural de Chile en Roma.
EL ESCULTOR GALVARINO PONCE TRABAJA EN UN BUSTO. FOTO ROCÍO MONTES |
Durante 20 años, Ponce hizo carrera diplomática: toda la década de los sesenta y setenta. Comenzó en la capital italiana, donde lo benefició un decreto del presidente Alessandri que le permitió ingresar como funcionario a la Cancillería. Luego trabajó en Río de Janeiro, Asunción, Neuquén, Amman de Jordania, Mendoza y Belgrado, la capital de la extinta Yugoslavia. Se jubiló como diplomático en 1981 para dedicarse nuevamente a esculpir. Se trató de décadas prolíficas: presidentes, generales, próceres, intelectuales y sacerdotes fueron carne de estatua en manos de Ponce, un tipo que llamaba la atención por su simpatía y ocurrencias.
Alguna vez redactó en una máquina de escribir una breve autobiografía, aquí resumida:
“Está muy orgulloso de haber trabajado tanto: sus adversarios piensan por el contrario que es como mucho…
Ha pasado su vida leyendo, estudiando y trabajando, siempre temas absolutamente inútiles.
Los artistas creen que fue un buen diplomático; los diplomáticos que fue un buen artista…
Ha pretendido, en los últimos años, ganarse el sustento con las manos. Muchos estiman que es una paradoja… por llamarse Galvarino [héroe mapuche al que le cortaron la manos].
Es absolutamente realista, aunque no monárquico.
Es sibarita, por construcción, pero diversas dolencias, entre otras la edad, lo limitan alarmante y gradualmente.
Su monomanía es hacer monos. Piensa que puede llegar a ser un viejo feliz. Es de temperamento muy alegre y no toma nada en serio, a excepción del whisky…”.
Un “secreto de Estado”
El encargo que el Ejército de Pinochet le hizo a fines de los años ochenta –y que Ponce aceptó– consistía en una gran estatua y decenas de bustos del general para instalar en todos los regimientos y guarniciones militares del país.
Ponce comenzó a modelarlo. “Fue por fotos, puras fotos. Los militares mandaron fotografías de los zapatos, los uniformes, las condecoraciones. Usted sabe cómo son los militares”, contó a la autora de este reportaje en marzo de 2012, en una entrevista en su casa de San Bernardo, en la zona sur de Santiago que conserva cierta cultura rural.
Para Ponce, Pinochet era un viejo conocido: el escultor fue quien presentó a Pinochet a la que fuera su esposa, Lucía Hiriart.
“Éramos tenientes aquí en la Escuela de Infantería y yo le presenté a la mujer. A la Lucía [Hiriart] se la presenté yo a Augusto, porque mi hermana estudiaba en el Liceo de Niñas de aquí de San Bernardo y era compañera de la Lucía. En una ocasión, Lucía le habló a mi hermana y le dijo: ‘Mira, el Teté andaba por aquí por el frente con un teniente con ojos muy bonitos, muy alto. Quiero conocerlo’. Entonces yo le digo a Pinochet: ‘Oiga mi teniente, hay una niña del liceo que lo quiere conocer. Venga a tomar el té conmigo en mi casa, el miércoles’. Le digo a mi hermana que el miércoles iba a estar el teniente y que convidara a la Lucía, que llegó a mi casa, que en ese momento era la Gobernación, porque mi papá era el gobernador. Fue de esa forma en que se conocieron. Se pusieron a pololear y se casaron en 1943″.
Pregunta. ¿Fueron amigos usted y Pinochet?
Respuesta. Fuimos muy amigos. Yo era la única persona que lo trataba de tú a éste, siendo presidente de la República. Yo lo tuteaba y él me decía Teté.
ESCULTURA MODELADA EN YESO DE LA CABEZA Y LOS BRAZOS DE AUGUSTO PINOCHET. FOTO ROCÍO MONTES |
Con las esculturas encargadas por el Ejército ya modeladas, Ponce buscó que fueran fundidas en Chile, pero no lo logró. En parte porque nadie quería embarcarse en glorificar la figura del dictador y porque, además, a fines de los ochenta no había talleres que pudieran asegurar lo que el Ejército pedía: que el trabajo fuese “un secreto de Estado”, realizado en absoluto sigilo y en un plazo breve, en menos de un año. La total discreción tenía razones de fondo: en 1986, apenas unos años antes, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez –una organización de lucha armada de izquierda– había atentado frustradamente en contra de Pinochet, en la llamada Operación Siglo XX.
Ponce buscó alternativas en Europa. Específicamente, en París.
Pinochet mira a Fidel
A diferencia de otros dictadores, Pinochet no llenó los espacios públicos de Chile con figuras suyas. En las calles chilenas no se encuentra ninguna escultura de Pinochet y no porque se hayan retirado con la llegada de la democracia en 1990, sino porque realmente la dictadura no las instaló. Tampoco monumentos de grandes dimensiones, como el de Sadam Hussein, uno de los grandes símbolos de un régimen obsesionado con los símbolos, que fue derribado en 2003 en medio de la ocupación de Bagdad. La caída de la estatua de 12 metros –lo que medía la escultura y su base– fue una de las imágenes icónicas de esa guerra.
Resulta extraño dada la admiración que Pinochet sentía por Francisco Franco, que tempranamente utilizó su propia imagen como instrumento de propaganda en todo el territorio español.
La historiadora chilena María José Henríquez en su libro ¡Viva la verdadera amistad! se refiere a la relación de ambos regímenes: “El dictador español no solo constituía un referente y modelo político ideológico para los militares chilenos, sino que además el devenir histórico en ambos países se asimilaba y permitía creer en una cierta comunidad de aspiraciones e intereses”.
El artista visual español Fernando Sánchez Castillo se ha servido de imágenes de Franco o de objetos relacionados con él para reflexionar sobre el peso del pasado, la censura y la libertad. No es partidario ni de ocultar ni de romper los vestigios relacionados al dictador o a las dictaduras, todo lo contrario: uno de sus temas centrales es la memoria y muchas de sus obras sugieren revisar la historia con la piqueta de un arqueólogo. La embarcación de recreo de Franco, el Azor, es protagonista de una de las piezas de mayor popularidad de Sánchez Castillo. La compró como chatarra y, fragmentada y comprimida, la transformó en una obra minimalista.
Relata que en la primera etapa de la dictadura en España se hicieron muchos bustos de Franco, que era considerado un héroe popular. Desde los años cincuenta en adelante comenzó el desarrollo de la estatuaria ecuestre, con el que en las plazas y en las calles se le rinde tributo al caudillo como gran padre y héroe. “Franco tiene varias fases. Desde el dictador cruel, pasando por el padre de todos los españoles hasta el Franco-abuelo, según la imagen que quiso proyectar el régimen”. ¿Y ahora? “Ahora representa al fantasma siempre presente”.
P. Y en el caso de Chile, ¿por qué cree usted que no existen representaciones de Pinochet?
R. Eso es algo que Pinochet aprendió de Fidel Castro.
P. ¿Cómo es eso?
R. Aunque Pinochet tenía como héroe a Franco y a Napoleón, posiblemente no quería que hubiese una personalización del régimen. El poder de Pinochet era más efectivo que simbólico. Como en Cuba, donde tampoco hay estatuas de Castro. El héroe de la Revolución Cubana es José Martí, un personaje del siglo XIX. Para Pinochet, el héroe era Bernardo O’Higgins, otro personaje del siglo XIX. El espíritu del pasado hecho carne. Un asunto religioso, como cuando la Iglesia habla a nombre de Cristo. Es el mismo sistema: hablar por la boca del héroe. Pinochet era una reencarnación del espíritu de O’Higgins. Estando O’Higgins no era necesario Pinochet.
Estando O’Higgins y Diego Portales, una de las figuras fundamentales de la consolidación del Estado de Chile, que sirvió de fundamento ideológico de la primera parte del régimen por encarnar la idea del orden. ¿Por qué Pinochet –a diferencia de Franco, por ejemplo, su líder– no dejó monumentos con su figura en espacios públicos? Lo responde el coautor de Golpe estético. Dictadura militar en Chile 1973-1989, Gonzalo Leiva Quijada: “Se enmarca en el concepto del legado, por recomendaciones de su asesor cultural Enrique Campos Menéndez y el director de Cultura del Ministerio de Educación, Germán Domínguez, que eran de una derecha tradicional y austera”, explica. En vez de un monumento de grandes dimensiones –”sabía por la experiencia de todos los gobiernos militares que estos monumentos eran finalmente olvidados o vilipendiados o destruidos”–, Pinochet instaló frente a La Moneda y al lado del Ministerio de Defensa un espacio central y simbólico para honrar la memoria heroica. Lo bautizó Altar de la Patria y, según explica Leiva Quijada, se replicó a lo largo de todo el país, en cada plaza.
En torno a estas especies de pequeños altares los chilenos realizaban los desfiles y celebraciones en dictadura.
En 2004, el presidente socialista Ricardo Lagos ordenó el desmantelamiento del Altar de la Patria. En su lugar, frente a La Moneda, ahora está la Plaza de la Ciudadanía.
En el siguiente Gobierno, el de Michelle Bachelet, socialista también, se llamó a una propuesta pública para decidir el destino del edificio Diego Portales. Levantado en el Gobierno de Salvador Allende (1970-1973), el edificio de la Unctad era símbolo de la democratización de la cultura y de la juventud antes del golpe, donde en los primeros años de la dictadura funcionó la Junta Militar, tras el bombardeo a La Moneda.
Allí, en diciembre de 2010, fue inaugurado el nuevo Centro Cultural Gabriela Mistral, el GAM.
La siguiente estación: París
El monumento de Pinochet fue fundido en un taller de París. Específicamente, en la fundición Blanchet, en Bagnolet, una zona de la capital francesa no lejos del centro. Lo comprueba una fotografía dedicada por el dueño de la fundición a Ponce: “Pour Monsieur Ponce sculpteur avec toutes admiration de D. Landowski fonderie”.
Es la imagen de la estatua de Pinochet terminada. Un hombre da la espalda a la cámara y queda en evidencia la gran magnitud de la obra: tres metros. La fotografía fue tomada en 57, avenue Gambetta, la dirección del taller de fundición Blanchet, según comprobó la periodista en una visita al lugar en febrero de 2013. Ubicada en la periferia del barrio Dhyus, a finales del siglo XIX y comienzos del XX era una zona rural que casi no tenía construcciones, por lo que la fundición debe haber sido de las primeras edificaciones. Los vecinos suelen juntarse en torno al centro la Guinguette de la Dhuys, un jardín comunal donde comparten diferentes generaciones, hacen pic-nic y conversan en medio de las plantas.
D. Landowski –quien firma la foto– era monsieur Didier Landowski, dueño de la fundición Blanchet, antiquísima. Había abierto sus puertas en 1870 –exactamente en este mismo lugar– para dedicarse a la fundición de campanas. El taller pasó de generación en generación en la misma familia. “No tengo los archivos de la fundición, ¡solo mi viejo recuerdo está disponible!”, respondió Landowski, muy amable, en 2018. El 19 de junio de ese mismo año, sin embargo, envió por correo electrónico una fotografía del monumento a Pinochet, similar a la imagen que alguna vez dedicó al escultor Ponce.
ESTATUA DE PINOCHET/ VERSIÓN A ESCALA DE LA ESTATUA DE PINOCHET. FOTO ROCÍO MONTES |
Un artista especialista en espacio público, el chileno Luis Montes Rojas, analiza la escultura en bronce que muestra la foto. “El monumento a Pinochet es un símbolo de autoridad unívoco. Todos los signos que la componen colaboran para constituir un total macizo, sin fisuras”. La estatua, dice el vicedecano de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, estaba hecha para perdurar: “El material, el bronce, se comporta extraordinariamente bien frente a la intemperie. Su oxidación se estabiliza, lo que impide la corrosión activa y perjudicial. Es un material, por lo tanto, que soporta extraordinariamente el paso del tiempo y que está pensado para la colaborar con la eternidad simbólica que requiere la inmortalidad de un personaje histórico”.
¿Qué opina de la fundición realizada por la fundición Blanchet? “Técnicamente es extraordinaria. Tiene una definición impecable y una pátina homogénea, muy acorde a la técnica de los franceses. No me esperaría una fundición de menor calidad”.
P. ¿Qué revela el tamaño?
R. Es una escultura que supera la escala 1:1, alcanzando al menos los tres metros de altura. Estas dimensiones, sumadas al pedestal, determina una relación de subordinación del espectador que debe dirigir su mirada de forma ascendente al observar la estatua.
P. ¿Qué nos dice la postura en que fue retratado Pinochet?
R. Aparece con las piernas levemente abiertas y apoyado sobre la espada, lo que otorga una percepción de gallardía, hieratismo y estabilidad. Lo mismo con la mirada: no es hacia el frente sino hacia el horizonte, de proyección al futuro. En esta escultura todo construye un símbolo de autoridad: el uniforme de gala, la capa, las medallas, la misma espada. Son todos signos de poder.
“Está escondida”
Patricio Aylwin fue el primer presidente de la transición democrática que arrancó en 1990. Con Ponce se conocían de niños en San Bernardo. En una visita a su oficina de Providencia en 2012, a propósito de una entrevista con EL PAÍS, se le consultó por la estatua. “Nunca escuché nada acerca de esta historia, pero no me extraña: Pinochet tenía un alto concepto de sí mismo y se consideraba el salvador, un hombre de la República. Su ego era alimentado por todos sus seguidores”, contestó Aylwin, fallecido en 2016.
No existe una verdad acabada sobre el destino de la estatua, pero sí pistas. Las dio el propio Ponce en septiembre de 2012, en una nueva visita a su hogar en San Bernardo.
P. ¿Dónde está la escultura?
R. La tienen escondida.
P. ¿Quiénes?
R. El Ejército.
P. ¿Dónde?
R. En los arsenales de guerra. Escondida en cajones, como si fuera armamento.
P. ¿Por qué la escondieron?
R. Los militares están arrepentidos de haber hecho el monumento, porque Pinochet se portó mal, usted lo sabe. Se habían hecho ilusiones de destacarlo en la Alameda. Nunca me dijeron el lugar, pero iban a instalarlo en un lugar destacado. La Alameda o la plaza de Armas. En el cerro San Cristóbal bien abrazado a la Virgen del Carmen.
Ponce no perdía el sentido del humor, pero tras algunos segundos, nuevamente puso un rostro serio para referirse a lo que sentía respecto de esa escultura suya. “El monumento a Pinochet es como un hijo malo”, dijo.
P. ¿Por qué?
R. Porque estoy arrepentido de haber sido amigo de ese baboso.
Ponce dijo que la estatua fue una decisión del Ejército –”en ese tiempo el Ejército era Pinochet”–, que se gestionó a través de un militar que ya en 2012 tenía un algo rango y que no quería que esta historia se supiera –”es un secreto”–, y que Pinochet quería que su escultura mostrara una imagen aguerrida.
P. ¿Por qué alguien vivo se mandaría a hacer una estatua? ¿No se supone que las estatuas se le hacen a los muertos?
EL ESCULTOR GALVARINO PONCE. FOTO ROCÍO MONTES |
R. Porque todos tenemos un instinto de permanencia. No queremos desaparecer sin dejar huella. Por ejemplo, yo voy a dejar huella por mi oficio. Está lleno de obras mías en todo el país. En 100 años alguien va a ver una de mis esculturas y seguramente dirá: esto lo hizo Galvarino Ponce. Pero como no todos tienen mi suerte de dejar una obra material, quieren dejarse a sí mismos. En lo más profundo del instinto, uno no quiere desaparecer. Yo sé que me quedará un año o dos de vida, a todo reventar. Pero yo quiero morirme, no desaparecer.
Era una historia trágica y cómica: Pinochet quería perpetuarse en el tiempo a través de una monumental escultura donde se le viese con una imagen aguerrida, por inconveniencias diversas tuvo que mandarla a hacer a París, todo en el más absoluto secreto, para que luego se abortara la misión y, según Ponce, el Ejército camuflara por años la estatua en unos cajones, como si fuera armamento. El dictador defraudado, la escultura como símbolo de la vergüenza.
Ponce dio su autorización para la publicación de esta historia, pero con una condición: que se contara luego de su muerte.
El escultor falleció dos meses después, a comienzos de noviembre de ese 2012, a los 91 años.
Pocos días antes de la publicación de este reportaje, Monsieur Landowski informó por correo electrónico: “En mi memoria tengo el recuerdo de un transporte de la estatua en avión militar. Y creo que el yerno del general Pinochet fue el que se encargó de todo este asunto y él se aseguró del seguimiento”.
El Ejército de Chile fue contactado por EL PAÍS para esta crónica. No hubo una respuesta.
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