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“La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo se está muriendo y lo nuevo no logra nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos”, escribió Antonio Gramsci hace poco menos de un siglo en una frase que bien puede explicar lo que vive el sistema mediático chileno por estos días, cuando el conservadurismo parece ganar espacio luego de la derrota en el plebiscito de salida de septiembre pasado.
Marcos Ortiz F., director de Ojo del Medio (@ojodelmedio)
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A nivel mediático, la narrativa no era aún del todo clara. Los columnistas de la plaza no se decidían si Boric era un bolchevique en potencia o una figura mesurada más cercana a Ricardo Lagos. La nueva Constitución todavía no comenzaba a redactarse y si bien las fuerzas progresistas parecían tener todas las de imponer sus términos, era incierto si sus propuestas obtendrían los dos tercios necesarios para llegar hasta el borrador final.
Debieron pasar unos pocos meses, sin embargo, para percatarnos de que la arremetida conservadora orquestada por partidos políticos, think tanks, ciertas universidades, grupos empresariales y –por cierto– un puñado de medios de comunicación no se guardaría nada con tal de mantener la estantería en pie.
Chile llegó al plebiscito de septiembre siendo testigo de una serie de fenómenos inauditos. Los políticos de derecha se escondían en un rincón para impulsar supuestos movimientos ciudadanos y de centro que harían el trabajo por ellos. Un vendaval de noticias falsas y tendenciosas se encargaba de llegar hasta el último rincón del país producto de una estudiada –y millonaria– campaña de difusión y ante la vista gorda de la prensa tradicional. Con nulo peso electoral, pero generoso espacio en diarios y paneles de conversación, Amarillos por Chile, el “partido del medio”, se convertía en el niño símbolo de un fenómeno que marcó 2022: no era necesario tener adhesión real, propuesta alguna ni apegarse demasiado a la verdad para convertirse en los defensores número 1 del statu quo.
¿Fue un error dar por muertas a las fuerzas conservadoras tras el estallido de 2019, el aplastante triunfo del Apruebo en 2020, la abrumadora elección de convencionales progresistas en mayo de 2021 y el posterior triunfo de Boric hacia fines del mismo año? “Es prematuro firmar el acta de defunción de un paciente que desde su cama se aferra a todo lo que tiene a su alcance. La sabiduría popular puede ser buena consejera: se han visto muertos cargando adobes”, escribimos a mediados de 2021 cuando pocos veían sentido en seguir hojeando las páginas mercuriales.
Es en esta aparente nebulosa generosa en contradicciones que llegamos al final de un año que parece haber durado una década. ¿En qué quedamos? ¿Están o no en retirada las fuerzas conservadoras? ¿Tiene la prensa escrita tradicional todavía la fuerza para hilvanar narrativas coherentes que surtan de contenido a quienes desean mantener las cosas tal y como están?
“La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo se está muriendo y lo nuevo no logra nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos”, escribió Antonio Gramsci hace poco menos de un siglo en una frase que bien puede explicar lo que vive el sistema mediático chileno por estos días.
Los medios tradicionales parecen envejecer a paso rápido, pero gozan aún de la salud suficiente como para seguir desempeñando el rol para el que fueron creados. Al mismo tiempo, nuevas expresiones mediáticas más ágiles, pequeñas y que dialogan con las nuevas generaciones se esfuerzan por encontrar su espacio, pero se golpean contra un sistema que no les hace la vida fácil.
¿Se equivocaron los constituyentes al dificultar el trabajo de la prensa tradicional cuando la Convención iniciaba su trabajo? ¿Cuál fue el verdadero impacto de los medios digitales que nacieron justamente para cubrir la redacción de la nueva Constitución?
“Es cierto que hoy en Chile los medios de comunicación tradicionales no tienen la influencia de hace una década y que perdieron terreno frente a las redes sociales, que generan más confianza entre las personas”, escribió Soledad Gutiérrez en la Memoria Final de Votamos Todos, medio que durante un año siguió cada paso de la Convención. “Sin embargo, esta elección dio cuenta de que la prensa tradicional sigue siendo un factor importantísimo en la instalación de temas en la agenda pública”, agregó.
La reflexión coincide en parte con el relato hecho por Ciper tras el plebiscito: los últimos días de marzo y primeros días de abril de 2022 fueron fundamentales para inclinar la balanza hacia el Rechazo. Fue en esos días cuando Bernardo Fontaine apareció en la portada de LUN asegurando que “los trabajadores ya no serán dueños de sus ahorros previsionales”. La aseveración se convertiría rápidamente en tendencia en redes.
En suma, los grandes ganadores del año parecen ser quienes entendieron primero que no bastaba con refugiarse en la prensa tradicional y debían volcarse también a ocupar cada rincón digital. Del otro lado, en cambio, quienes subestimaron el peso de los antiguos diarios de papel hoy lamen sus heridas. Es el interregno del que nos hablaba Gramsci y del que debemos hacernos cargo si queremos entender cómo se viene el 2023.
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